La dominación que la burguesía
ejerce sobre el proletariado en particular, pero también sobre el resto de la
sociedad al interior de una nación, o directamente la que ejerce una nación
sobre otra no se da únicamente a través
de la coerción, es decir, del uso de la fuerza física.
Antonio Gramsci, referente del
Partido Comunista italiano, introdujo el concepto de hegemonía para complejizar y comprender la posición dominante de
ciertos sectores sociales. Dicho concepto “incluye –y va más allá de- los
poderosos conceptos anteriores: el de ‘cultura’ como ‘proceso social total’ en
que los hombres definen y configuran sus vidas, y el de ‘ideología’ (…) en la
que un sistema de significados y valores constituye la expresión o proyección
de un particular interés de clase”[1]. En palabras más sencillas, si entendemos a la
cultura como el conjunto de prácticas que configuran nuestras vidas y el modo
de organización, tenemos que decir que
la hegemonía es el proceso a través del
cual dicho modo (la cultura) es aceptado
(a).
Por su parte, si la ideología “constituye
un sistema de significados, valores y creencias relativamente formal y
articulado”, la hegemonía también es el proceso
a través del cual la ideología (de la clase dominante) se enraíza en las clases
subalternas. La producción de todas las ideas, de las maneras de ver el
mundo, y de los valores socialmente aceptados, está en manos de quienes
controlan los medios de producción, es decir, de las clases dominantes. Esto
quiere decir que la burguesía posee una
ideología propia que la hace circular sobre el resto de la sociedad. Las clases explotadas solo tienen esta
ideología como conciencia, y en su lucha para liberarse de la explotación
también se da una lucha para liberarse de la esta ideología que no le pertenece.
Entonces, la hegemonía es el proceso que confirma la dominación de las clases
dominantes, tanto ideológica como cultural, “es un vívido sistema de
significados y valores (…) que en la medida en que son experimentados como
prácticas parecen confirmarse recíprocamente”. A partir de esto podemos afirmar
que el Estado, como herramienta de
dominación de clase, no implica sólo
coerción, sino que también implica consenso.
Si la hegemonía es puerta en
marcha por la burguesía, la clase obrera
es fuente de contra hegemonía para generar consenso con el resto de la
sociedad en su lucha contra la primera. Por esta razón, “la hegemonía jamás
puede ser individual”.
Por último, cabe aclarar que la hegemonía no se da de una vez y para
siempre, sino que quien la ejecuta debe renovarla y recrearla constantemente
ya que continuamente es resistida por las clases subalternas. En momentos de
lucha más álgidos, el proceso contra hegemónico
puede dejar de ser resistencia para pasar a la ofensiva. Dos claros ejemplos de
esto son las luchas obreras y populares que se desarrollaron en nuestro país en
la década de los ’70 y en 2001. Esta última se expresó bajo el canto de “piquete
y cacerola la lucha es una sola”, en alusión a la unidad de los trabajadores y
las clases medias, y de “que se vayan todos”, que demostró un resquebrajamiento
en la hegemonía de la burguesía. Un dato no menor fue que en aquel año, en una
semana, cayeron cinco presidentes.
[1] Williams, R (2000). “La hegemonía” en Marxismo y Literatura. Ediciones Península, Barcelona.
[1] Williams, R (2000). “La hegemonía” en Marxismo y Literatura. Ediciones Península, Barcelona.